jueves, 27 de octubre de 2011

Poemas de bajo contenido moral; El caos

Me gusta el caos, el desorden necesario,
Porque en él impera la emoción violenta,
En él sobrevive el mal desmesurado
Y deja de existir la autoridad, se ahuyenta.

Me gusta la incoherencia del pensamiento,
La diferencia en opiniones, en ideas,
Porque así sé que cada uno tiene criterio
Y que en anarquía, tienen control real.

Me gusta la oposición, la gran minoría,
Los términos políticos y los partidos,
Las mentiras reunidas y la hipocresía.
Si fuera por mí, a todos ellos despido.

Por todo eso apoyo una revolución,
Para destruir el andamiaje social,
Para evolucionar nuestra realidad
Y para capturar toda una generación.

Un tumulto en flamas y gritos ensordecidos
Proclamará el fin de una era de abusos y atropellos.
Se sentirá la hastía, el desasosiego
De la gran mayoría de un pueblo oprimido.

Pero en la realidad, ni el dolor los moverá.
Se quedarán con el yugo sobre la cerviz,
Con el café en mano, sentados, trabajarán
Y llorarán como si se les muriera el vivir.
                                                              Kevin J. Montalvo

sábado, 22 de octubre de 2011

Poemas de bajo contenido moral; Mi Dios

Dios de ensueño, Dios ideal
¿Serás un golpe en la cabeza,
Puro delirio de la masa,
O una idea resucitada?

¿Serás esclavo del campano,
Del discernimiento humano,
O de la verdad absoluta
Hija de frívola basura?

¿Serás Dios cabal, un Dios de hombres
Por el orgullo, por el honor del nombre
Serás un Dios lento, ausente
Un toque profeta en la frente?

¿O eres en cambio, Dios, lucido
Del trabajo y la honra, hijo
Edificador de ciudades
Del porvenir, de obligaciones?

Huérfano de historias profanas,
De zopencas frases trilladas,
De inconsistentes falsos símbolos
Y de un funeral religioso.

Padre del arte y de la mente,
De todo aquello que trasciende
Creador de lo más lindo y torpe.
¿Serás Dios cautivo, el hombre?
Kevin J. Montalvo

Poemas de bajo contenido moral; Mi Vergüenza

¿Cómo puedes? Te pregunto.
Cómo le miras la cara
A ese hombre, hijo del mundo
Con sus pasiones y lujos
Y en ella no ves la mía.

¿Cómo puedes engañarte?
¿Cómo le ríes las gracias?
¿Cómo le sigues sin ganas?
¿Cómo le dices que lo amas?
Dime. ¿Cómo tú lo haces?

¿Cómo vives en desgracia?
Fingiendo hasta lo más íntimo
Sabiendo que no es auténtico
Que vives una falacia
Y peor, amor le llamas

¿Cómo escapas de un amor?
Cubres un amor oculto,
Un amor envenenado,
Celas un amor robusto.
Yo no sé cómo tú puedes.

Pero para eso estás tú
Para que me digas farsas
¿De qué hablan cuando todo calla?
¿De qué se enamoran sin luz?
¿Cómo y de qué forma él te besa?

Explícame tú ahora
¿En dónde fallé y cómo?
Dime desde cuando llora
La ocasión por mi vergüenza
Y por tu falta de fuerza.

¿Y cómo tú me explicas?
Que lo nuestro, opuesto ahora,
No es la sombra que mendiga.
Que tan poco lo valoras
Que de él te acuerdas en lágrimas mías.
Kevin J. Montalvo

lunes, 29 de agosto de 2011

Poemas de bajo contenido moral; El Alimento del Alma

De amor he sobrevivido yo por años
Del dulce néctar de palabras vendidas
Y del amargo letargo de sus manos
He sobrevivido por años, de mentiras.

De manos grises que yacen inertes
En el sostén de una sombría butaca
Y de labios que de cariños carecen
Susurrando lo que el silencio calla.
De eso me he alimentado yo por años

Vivo de lo que los demás dan por sentado
De la ilusión que mi corazón proyecta
Del residuo de un amor envenenado
Vivir como yo es vivir una vida muerta.

Créelo o no, los gritos quiebran el alma
Créelo o no, el silencio no cura lo hecho
Y las lágrimas ahogarán con calma
Los llantos que han invadido mi cuerpo.
                                                         Kevin J. Montalvo

Poemas de bajo contenido moral; De lo que e aqueja

¿Dios, cómo le digo a mi corazón
Que la bandera que iza, no es la mía
Que su tierra lejana, no es la mía
Y que debo con ellos ser nación?

Ellos no saben de mi diaria guerra
No saben de vivir como iguales
Señor, no saben cultivar mi tierra
Y me la quieren quitar como animales

Y tras cientos de años de espera
Por fin, irán a liberar mi tierra
En nombre de mi gobierno y creencias
Iré para ver cumplida esa meta

¡Porque, después de nacer y crecer en ella
Siento que siempre amaré su estrella
Sus franjas rojas y sus montañas bellas!
                                                                Kevin J. Montalvo

sábado, 11 de junio de 2011

Cuentos de lo que es, de lo que fue y de lo que pudo ser; Parte I - De la Patria


“De la Patria, la vida y la muerte escojo solamente una. Pena, aquellos que las escogen todas sin saber que verdaderamente escogen ninguna.”

   No había acabado de decir esas palabras y ya me había arrepentido de haberlas dicho como cuando un niño les grita a sus padres. Los guardias nacionales que me estaban arrastrando de los brazos se detuvieron en seco y me dieron su cara más severa; esa cara de odio que sólo pueden hacer aquellos que han matado a un hombre. Su silencio me cogió un poco desprevenido pues hace solo unos segundos habían causado una algarabía en la casa de mis pobres padres. El llanto desenfrenado de mi madre y el llanto silencioso de mi padre se pararon en sus pistas como pensando en lo que acababa de ocurrir. ¿Qué hice?, me preguntaba a mi vez. De momento me soltaron los brazos y me dejaron caer al terreno pedregoso tan característico de la parte de al frente del terreno.
“¡Capitán Turner!”
   El capitán, cigarrillo en la boca, se dio la vuelta con mayor severidad que los dos guardias y se dio la tarea de caminar hacia sus soldados. Muy meticulosamente ellos le acortaron su camino al acercársele, sin perder un segundo le susurraron algo al oído y el capitán se sorprendió. Alzó las cejas, como todo un incrédulo, y caminó hacia donde yo estaba.
“Bien hijo, tu turno ha llegado.”
   Yo no sabía lo que me deparaba el futuro para entonces y tampoco lo hice varios días antes. De la misma manera que uno puede ver su vida reflejada en un par de segundos cuando tiene miedo de morir, yo empecé a recordar cómo fue que llegué a ese punto.
   Sin explicármelo bien me encontraba sentado en el balcón de la casa de mis padres. Dos cuerdas de terreno se expandían en frente mío mostrándome los frutos del incansable trabajo de mi padre y hermanos; matas y matas de plátanos con el vivo fulgor de su alimento. Me sentía agradecido de ser parte de un grupo selecto de universitarios que gracias al trabajo de sus familias como la mía llegaron a tener el privilegio de la educación. El peso que me tocaba cargar a mí era aquel de terminar mis estudios y convertirme en abogado para así traerle aun más prestigio y dinero a mi familia, y poder repagarles todo lo que me han dado.
   Todo había cambiado cuando la guerra empezó; mis sueños fueron interrumpidos y me vi acechado por la amenaza del servicio militar obligatorio. Yo no quería ir a defender unos ideales de un país que no era el mío y mucho menos morir por él en una tierra desconocida con compañeros de guerra desconocidos para así quedar como una casualidad de guerra desconocida. Pero tampoco quería ir a la cárcel por no cumplir con mis responsabilidades patrióticas de pacotilla. La situación que me tocó vivir era estar contra la espada y la pared. Aun así me iba a quedar sin cumplir mis sueños, sea una cosa o la otra. Por eso es que no podía con la idea de que me fueran a buscar, y lo peor de todo era que yo era perfecto para ellos. Era inevitable que fueran por mi; era mayor de edad, mi salud era completamente perfecta, mi condición física era un poco mejor que el promedio y mi aptitud intelectual era privilegiada. En fin solo me faltaban los ojos azules y el pelo rubio para ser el estereotipo del soldado norteamericano.
   Entre mi grupo de amistades se había corrido el mismo miedo de ser mandado a la guerra en Vietnam. Recuerdo bien a mi amigo Juan Muñoz; él era quien estaba más reacio a ir a la guerra. Siendo el primer hijo de cinco, Juan era la adoración de sus padres pero por más querido que fuera siempre tuvo una pequeña falla. Juan siempre fue un cobarde, lo mostró a cabalidad en el trayecto de su vida al negar un hijo cruelmente, al tener la malacostumbre de huir en situaciones apretadas y dejar a sus amigos arrollados y al vender sus ideales por su comodidad. Juan siempre fue lo peor de lo peor. Él estuvo asustado por que lo vinieran a buscar por semanas hasta que un día le llegó la carta que lo obligaba a irse. Todo el pueblo recuerda como lloró ese día destruyendo su dignidad.
   En la otra mano Dwight Rivera, un compañero de la universidad que siempre estuvo a favor de tales cosas con fanatismo político, decía que teníamos que servir a la gran patria en su guerra. Dwight, como toda su familia, era un republicano malo y, como toda su familia, era un fanático ignorante. Llegó al punto donde Dwight se enlistó como soldado antes que le llegara la carta.
   De todos mis amigos el único que estuvo a favor de la guerra fue Dwight. Todos los demás estaban en contra y cuando solíamos reunirnos en la Tertulia de Mayagüez lo discutíamos aunque yo viviera a varias millas de allí en Minillas, San Germán . Éramos tres amigos; Miguel, Tomás y yo, Luis, sentados tomando el café con los pies cruzados, igualmente hablábamos con corrección y vestíamos nítidamente.
“Dicen que si te tragas una bolita de algodón no te dejan ir a la guerra porque en los exámenes médicos esa bolita de algodón aparece como un roto en el pulmón.”
   Así dijo mi bienaventurado amigo Miguel Lugo con la taza de café en la mano. De la misma forma que me lo dijo Miguel ese día yo se lo repetí a Juan en otro lugar y otro día. Desde luego, Juan lo trató para los exámenes médicos y aun así lo aprobaron. El día que lo aprobaron para ir a la guerra Juan fue llorando hacia mí para que le dijera como evitar que se lo llevaran. En ese momento no supe que decirle pero me di como encomienda preguntarle a Miguel. En la siguiente cita le pregunté sin rodeos, de tal forma que sonó hasta grosero.
“Me han dicho que en el peor de los casos te puedes espetar un clavo mohoso para que te dé una infección, creo que se llama tétano. Puedes decir que eres homosexual para que no te lleven, imagínate a un homosexual en una infantería. Hacerte el débil también ayuda para convencerlos.”
   Esta información se la llevé a Juan lo más rápido posible sin saber por qué pues no se lo merecía. Creo que era para poder llevar la conciencia tranquila de que si me ocurría a mí, yo tendría una oportunidad a salvarme. Le dije la información y Juan fue al doctor para que este lo volviera a examinarlo. El doctor le plació en eso pero, con todo lo que le dijo e hizo Juan para convencerlo de que no se lo llevaran, no lo logró. En el último momento Juan cogió una cuchilla y se cortó el dedo gordo del pie. El doctor tuvo que detenerle el sangrado y tratar de pegarle el dedo de vuelta. Pero aun así no pudo cambiar su opinión y a la semana la guardia nacional lo fue a buscar a su casa. Dicen los vecinos que hubo una pelea tan apoteósica con Juan que casi le disparan. En fin Juan decidió ir a la cárcel y perder su vida aquí que perderla afuera. Su decisión fue muy a tono con su carácter, no puedo decir que no me lo esperaba.
   Lo que verdaderamente no me esperaba fue que le llegara la carta a Miguel. Nos lo confesó en una de las citas un mes después de que habían ido a buscar a Juan. Su cara cambió de color varias veces antes de decírnoslo. Se soltó un botón de la camisa mostrando perder el control de su respiración. Antes de siquiera hablar ya había bajado la cabeza y en cuanto la subió pudimos ver como las ojeras le habían brotado y junto a ellas las lágrimas, como su pelo se salía de control por manía del mismo Miguel al pasarse la mano sin darse cuenta y como nos decía suplicante.
“Me llegó la carta…”
“¿Cómo puede ser?” - dijo Tomás.
“No importa, ya tu sabes cómo evitarlos. Usa uno de tus trucos.”
“¡No funcionan! ¡Mira como se llevaron al tal Juan ese! Él hizo lo mismo que yo dije que hiciera y aun así se lo llevaron.”
   Tomás y yo nos miramos las caras preguntándonos, no si nos tocaría lo mismo, sino cuando pues sabíamos que era inevitable. Yo solo podía pensar en la manera que Miguel, el más adulto, el más educado y el más valioso de nosotros se destruía al saber que lo iban a mandar a la guerra. ¿No tendrían conciencia aquellos que nos obligaban a ir a la guerra sobre las personas productivas, lo valiosas e importantes que estaban desperdiciando? Prefiero creer que ese pensamiento era simple arrogancia mía a aceptar que verdaderamente a ellos no le importaba. Definitivamente no entendían que éramos más valiosos y productivos trabajando aquí por nuestro país funcionando de agricultores como lo hubiera sido Juan, como médico como lo sería Tomás, como político como lo hubiera sido Miguel y como abogado como lo sería yo. En vez de ir a morir en Vietnam.
   Un día de aquellos de los que estaba saliendo de la universidad en Mayagüez Miguel fue hacia mi todo enrojecido y agitado. Yo andaba con mis libros por el patio de en frente de la universidad y Miguel se me acercó vestido de manera improvisada y riéndose como un demente me dijo:
“¡Encontré una forma! Luis, me dicen que si recitas lo siguiente la guardia nacional no te deja ir a Vietnam. ‘De la Patria, la vida y la muerte escojo solamente una. Pena, aquellos que las escogen todas sin saber que verdaderamente escogen ninguna.’ Tras la muerte del Maestro un grupo extremista ha decidido ir en contra de la movida en Vietnam. Dicen que si le recitas eso a la guardia nacional le muestras que formas parte de ese grupo insurgente y por su propio bien no te dejan ir. ¡Hace sentido! ¿Para qué querrían integrantes de un grupo nacionalista en el ejército norteamericano? Por su propia seguridad no los dejarían ir, lo más probable es que empiecen a disparar a los propios  norteamericanos por sus espaldas en represalia.”
“Miguel, ¿de dónde escuchaste eso?”
“De un visitante de la capital. Luis me tienes que hacer caso en esto. Esta es nuestra única salvación.”
   Después de eso no volví a ver a Miguel. La gente me dijo que la guardia nacional se lo llevó, no me dijeron si Miguel recitó el lema del grupo aquel o si lo hizo pues qué le hicieron la guardia nacional. Era como si Miguel hubiera desaparecido de la fase de la tierra, ni siquiera sus padres sabían dónde estaba su hijo. Lo que si me llegaron a decir fue que Juan había muerto hacía ya un tiempo atrás en la cárcel de la infección, del tétano, que se había auto infligido por no ir a la guerra. Ese hombre de poca dignidad tuvo la dicha de morir un 23 de septiembre de 1965.
   Me acuerdo claramente el día que me llegó la carta. Fue el mismo día que le llegó a Tomás y no supe qué hacer. Al leer con detenimiento la carta me corrió por todo mi cuerpo un frío electrizante. Me senté sin más ni más en silla en el balcón de la casa a ver el terreno. Las lágrimas brotaron de mis ojos lentamente a la vez que recordaba. Recordé todo, pues eso era lo único que estaba haciendo últimamente al saber que nada iba a seguir siendo lo que era ahora. Recordé como solía jugar y correr con mis hermanos en el terreno, la forma en que mi madre me abrazaba oliendo a café y a trabajo antes de dormir, la forma que se ve el alba en un nuevo día que promete ser mejor que el pasado, nada de eso iba a ser otra vez lo que fue para mí.
   La paz y tranquilidad no duró mucho, entrando la furia después de la negación destruí mis libros y una mesa que se me postró en medio como si así yo pudiera destruir mi futuro en vez de la guerra. Después de una hora de gritos y maldiciones sin escuchas me arrodillé en medio de la sala a llorar. Recuerdo quedarme dormido en posición fetal con todo alrededor mío en morboso desorden. Al otro día me senté en la misma silla a ver el terreno como todo un estoico mártir. No fui a los cursos en la universidad esperando la guardia nacional.
   Primero llegaron mis padres y vieron el desorden con angustia pero no les dio tiempo para preguntar pues tras ellos iba el auto color verdoso marrón. Los dos guardias se bajaron en silencio, como si todo esto fuera rutina para ellos, mientras el capitán se quedaba en el asiento del pasajero. A la vez que se acercaban a mí por el camino en medio de los plantíos de plátanos yo me hacía de pie. Una vez se me pararon al frente les pude ver la cara. Hubo tres segundos de silencio antes que pudieran articular:
“En nombre del gobierno del Estado Libre Asociado de Puerto Rico y del gobierno de los Estados Unidos de América…”
   Los interrumpí con un salivazo en la cara de quien me dirigía la palabra. Hubo otros tres segundos de silencio pero este era de incredulidad. En el mismo momento que se pudieron dar explicación y que me alzaron el arma de fuego para darme con él yo le di con una silla de madera en las cabezas. Así empezó una pelea igualmente monumental donde salí perdiendo y me lograron contener. Me tuvieron que arrastrar de mi casa de los brazos porque de ninguna forma me pudieron sacar. Entre una bocanada de aire y otra les grité.
“De la Patria, la vida y la muerte escojo solamente una. Pena, aquellos que las escogen todas sin saber que verdaderamente escogen ninguna.”
   Después de que me soltaran para ir a buscar a su capitán, el cual en medio de la pelea se bajó de la guagua y se fue a fumar un cigarrillo en frente de una mata de plátano, traté de entender lo que había dicho. El gran hombre de barba blanca y tez roja se me acercó para decirme; ‘Bien hijo, tu turno ha llegado.’ Y me apuntó con un revolver resplandeciente.
“En el ejército no hay espacio para terroristas.”
   Y tiró del gatillo para darme muerte.
                                                                          Kevin J. Montalvo Miranda